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Estoy parado junto al camino pensando qué hacer. Al parecer no hay más autobuses, la terminal está desierta. Comencé a preocuparme. Caminé de nuevo a la plaza y pregunté en los puestos, luego de un rato un vendedor de ropa que acomodaba las cosas en su camión me ayudo.  «No hay hoteles aquí, tienes que ir al siguiente poblado, está a unos 13km, o puedes ir a Melacca, hay muchos hoteles allá…». Con un par de horas menos caminaría esos 13 kilómetros, pero son las 10 de la noche y no sé cómo pedir auxilio en malayo.  Me fui a sentar al pequeño local de comida de la estación y comencé a escribir esto intentando distraerme de lo que al parecer será mi primera vez durmiendo en la calle. Mmmm, bueno, mi primera vez durmiendo en la calle en otro país. Bueno, mi primera vez durmiendo en la calle en el sureste asiático. Ayyy bueno yaa, una de esas veces.

Aunque me tardé más de lo que esperaba para poder cruzar la frontera,  todo salió como lo había planeado. Estoy en la terminal de Melacca esperando un bus que me lleve al centro, ruta 8, 19, 31.  Melacca es una ciudad famosa por su historia, es el lugar de origen de la cultura malaya, se convirtió después en un asentamiento portugués, luego holandés, luego inglés y luego, bueno, lo que sea que es en ahora. El autobús tarda mucho. Hay un montón de camiones de otras rutas, podría subirme a cualquier otro y después preguntar. Vi a una hermosa, no sé, coreana o japonesa, subiendo a un bus de la ruta 37. Me subí en ese. La vi pagar 1 ringgit, hice lo mismo y me senté atrás de ella. Luego le preguntaré algo. El camión avanza y da vueltas en todas las calles que puede hasta que llegamos a una avenida muy grande. En realidad es una autopista. La tipa se puso sus audífonos y se recargo a dormir sobre su mochila. Ok. Tal vez esperaré un rato y me bajaré donde ella se baje y luego con cara de tonto le pediré que me ayude porque estoy perdido.

Después de media hora comencé a dudar que fuera una buena idea. Ya no estamos en la ciudad. Melacca es un estado, es como si fuera de Cuernavaca a Oaxtepec. En realidad no me preocupa tanto, podría tomar un bus de la misma ruta y regresar. No reservé ningún lugar para pasar la noche, así que en el peor de los casos buscare una posada en ese lugar al que vamos.

Un pequeño pueblo decorado con luces como de navidad.PASAR ALOR GAJAH dice el letrero en la curva. No tengo idea en que región de Malaysia estamos. El autobús se detuvo junto a la plaza, está llena de carpas y puestos de comida, hay gente dando vueltas, también hay gatos, muchos gatos callejeros. La gente en el autobús se levantó, parece ser la última parada. La chica despertó y acomodó sus cosas, yo ya estoy  junto a la puerta. Bajamos todos. Cuando volteo esperando por la chica, la veo muy sentada, en el autobús. Y no hay nadie más. Las puertas se cierran, el camión avanza. Allá va, seguida por mi mirada perpleja y una estela de polvo. Mucho pinche gusto! – pensé pateando una piedra.

Un malayo esta asando pollos usando un soplete. Otro corta la mitad de una vaca sobre  la lona en el piso. Camino entre los puestos, el clima y los compas vendiendo fruta me transportan a un lugar mágico, casi como el mercado de la bola. Hay fritangas y cosas que se ven mitad asquerosas y mitad, bueno, sólo asquerosas. Compré una especie de hot dog relleno de carne al pastór y charales y di una vuelta en la plaza, hay un grupo de indus bailando en las tarimas bajo una gran carpa. El pueblo es en verdad pequeño, busqué una señal de Hotel, pero no la encontré. También busqué un lugar donde tomar un trago, pero sólo encontré una polvosa-oscura-vieja licoreria llena de polvosos-oscuros-viejos borrachos sentados en silencio y miradas perdidas alrededor de un par de mesas oxidadas con las patas chuecas. Los borrachos, no las mesas. Aquí  los impuestos al alcohól son muy altos, además la población, mayoritariamente musulmana, no bebe una gota.  Así que a falta de presupuesto y ambiente chic decidí reservarme para otra ocasión.

Encontré el paradero de autobuses, me senté en una de las bancas pensando en tomar el bus de regreso. No hay mucha gente, de hecho los que llegan a esperar repentinamente desaparecen sin que haya un autobús a la vista. Me levanté a preguntar. «Excuse me…». Se me queda viendo y luego con una gran sonrisa responde – «Mmm Nhaa noo english naa…». Utts. Soy ahora uno de esos asquerosos turistas que anda por el mundo pensando que todos hablan inglés.  Cómo se dice «hola» en malayo?, «dónde están los baños?». Le di las gracias a señas  y regresé a la banca. Tal vez aquellos vagos recargados en el auto, se ven raperos. «Excuse me, do you speak english?». Todos sonrien. «Nah». Estos malayos sonrisas. «H-O-T-E-L» – dije tratando de varios modos. Uno de ellos trató de explicarme, pero entre señas y malayo rap no pudimos entendernos. Seguí buscando. Mi prima Alma está en Singapore, le envié un mensaje con la esperanza de que me ayude a buscar en internet, pero sólo recibí una respuesta de la telefónica -«Unable to send this message». Son casi las 9. Regresé a sentarme en la banca, sería un desastre que el bus llegara mientras yo sigo rapeando con los lugareños.

Junto a la estación hay un paradero de taxis. Algunos taxistas están jugando damas con tapas de refresco. Me habían dicho que la opción del taxi en estos lugares es la ultimisima, a razón de que generalmente cobran lo que se les da la gana. Como sea me acerqué a preguntar. «80 ringgit». Algo así como 40 dólares. Es una situación desesperada, pero… 80 ringgit! Es estúpido, el viaje desde Singapore me costó 20, con eso me pago 4 noches de alojamiento en Melacca. Yo y mis aventuras siguiendo viejas. Seguro con esto aprenderé.   …..   . Naaa. Nunca aprendo.

12:30. Mi taza de té está casi vacía. Las personas del local están lavando las ollas y barriendo entre las mesas, pronto cerraran. Los taxistas siguen jugando damas, de vez en cuando voltean a verme, están esperando el momento en el que me rinda y, cual buitres, poder devorar mi putrefacta cartera. Pero como diría cualquier mexicano lo suficientemente letrado. Se la pelan. Me largo de aquí.

Caminé hacia la plaza buscando un lugar en dónde pasar las siguientes horas. Bajo la luz de las lamparas hay todavía un par de personas acomodando las sillas y algunos vendedores amarrando lonas para cerrar sus puestos. Los gatos saltan de entre los matorrales, se juntan en diferentes esquinas y cual pandillas pelean por los mejores lugares, chisguetean de orines los rincones, algunos se roban la comida mientras otros se tiran perezosos en cualquier rincón moviendo las orejas y espiando a aquellos otros gatos que tienen sexo sin pudor ni consideración de los pudores ajenos. Bueno, no es muy distinto a estar en un hostal después de todo.

Llegué al otro extremo del pueblo atraído cual polilla por la luz de una cafetería. Las calles están desiertas, sólo se ven algunas motonetas, los conductores voltean a verme, intento poner cara de ni-soy-tan-turista-mis-tios-viven-aquí, pero las sandalias, el pantalón hippie y la mochila con folletos arrugados saliendo de las bolsas me delatan. La cafetería está cerrada. Quiero ir al baño, ni a quién preguntar. Y aunque lo hubiera, ?cómo le pregunto??Lo hago a señas acomodándome en posición? ?señalándome el pípi?. Pensarán que soy un pervertido. Tal vez sólo deba hacer un dibujo, mi profesión sería por fin de utilidad. Las leyes en ésta región del mundo son bastante peculiares, en muchos de los casos implican castigos físicos, literalmente, te dan vara. En Singapore, por ejemplo, es ilegal estar desnudo en tu casa. Es ilegal no jalarle al bano. También es ilegal orinar en los elevadores. Su vida debe ser en verdad triste. Así que para no arriesgarme, actué como cualquier persona honorable, me metí en un callejón oscuro y lo hice de prisa.

Observo a mi alrededor buscando algún spot donde pueda estar cómodo. Hay un monumento, como una espada forrada en azulejos, tiene escaleras con huecos debajo. Parece buen lugar. Del lado de las carpas hay algunas mesas con manteles que llegan  hasta el suelo, tal vez pueda meterme abajo de una como tienda de campana. O puedo ir directo a los arbustos y recostarme en el pasto. Frente a las tarimas hay una alfombra roja en donde un par de gatos duerme, se ve cómodo y glamuroso. Qué hacer. Cuando estaba preparando la maleta metí el sleeping en una de las bolsas. Luego dije – «Pa’qué?». Hace tanto calor que hasta la sabana es un abuso. Así que lo saqué y lo dejé en la cama. En éste momento sería un tesoro, con él podría simplemente tirarme en el suelo completamente aislado de la chis de gato, las cucarachas y los mosquitos. Los pinches mosquitos del dengue.

Me metí bajo una de las carpas y me instalé en una de las sillas, puse la mochila en el suelo y me abracé a la bolsa con mi pasaporte y mi dinero. Me estiré en la silla lo más que pude e intenté dormir.  Algunos gatos se han acercado. Dos de ellos se suben a las sillas de junto, otro viene de frente y con total descaro se me unta en los pies. Me pregunto si me distrae mientras los otros me sacan el dinero. Les puse nombre. Jume, Charly y Manitas. Hay más gatos atrás de mí, están sentados en silencio en la jardinera del monumento. Luego de un rato los dos en las sillas se acomodaron a dormir. Me quedé platicando con el manitas hasta que terminó de lamerse los rincones, luego se acomodó junto a mi mochila y sin decir más se durmió.  Finalmente, este día ha llegado. Soy un vago durmiendo en las calles junto a una pandilla de gatos.

Casi las 3. La silla se ha vuelto hostil, la humedad se ha condensado, estoy mojado, pegajoso, tengo hambre.  Además estoy al pendiente de los mosquitos, podría jurar que cada que pasan cerca dicen «malariaaaa». Sin seguro médico ni vacunas correspondientes te vuelves un poco paranóico. Así que manoteo en el aire, entrecierro los ojos, divago. Esto de no tener un plan me costará caro. Voy a terminar buscando comida y cosas que vender en la basura. Es una ocupación horrible, debería ser bien pagada. Debo encontrar algo que me motive a seguir adelante, no sé, tal vez convertirme en un superhéroe. No estoy seguro qué causa defender. Qué pobres ni que chingados. Pero sí, un superhéroe, uno que de día trabaje y viva en la basura, pero de noche se convierta en el terror de la injusticia, arrojar con super fuerza bolsas con comida y pañales y fierros viejos a los canallas. Mejor aún, me construiré un robot con desperdicios como el de ese compa en la caricatura de Mazinger Z, que usaba de casco un balde y un volante de camión para manejarlo. Cómo se llamaba?… y se sabroseaba a Sayaca y al robot de Sayaca, Afrodita, que tenía chichis que eran proyectiles. Eran enormes. Los robots. Bueno tambiénlas chichis. Un dia le pusieron unas más grandes para que al dispararlas Mazinger las atrapara y con ellas pudiera volar. Volar y escapar. Eso es en verdad lo que necesito. Un par de enormes chichis que me saquen volando de aquí. Eso. Chichis de robot. Chichis. Chi-chi-ii-i……ZZZzzzzzzz.

El manitas y los muchachos se han marchado. 6.40am. Los vendedores comienzan a armar sus puestos. Fui a buscar donde lavarme, lo hice en las tarjas para enjuagar fruta adentro de un mercado. Compré arroz cocido con leche de coco y pescado seco para el desayuno. Me fui a plantar a la terminal y mientras mordisqueo el arroz un taxista y la señora del local de comida me saludan sonrientes, soy casi un lugareño. Aquí está al pinche autobus de la 37. No hay indicios de la coreana.

Cómo se dice…?

Gracias        – Terima kasih –

Auxilio       – Membantu! –

Baños            – Tandas –

Chichis de robot   – robot payudara –

Pasar Alor Gajah

Pasar Alor Gajah

Tal vez después les cuente del día en que el alemán me ahorcó. De cuando Intocable vino a buscarme porque yo era el amor de su vida para luego dejarme por un jugador de rugby (lo sigo buscando para partirle la cara). O de cuando me fui con la Alaska a tirar piedras al mar. Espero un día contarles por qué “Pasitos del Dub” se llama “Pasitos del Dub”. Pero mis días en éste lugar se han terminado. No puedo escribir más. De todos modos el teclado de la computadora no funciona y hasta que no lo arregle esklibo siennple asi, nne kuesta nnucho trabajo i nne estoi volviendo loko i poltoliqueno.

Gracias a todos los que me leyeron, me animaron, me patrocinaron y, bueno, que se hicieron presentes en la distancia y me acompañaron, como pudieron y supieron.

Ahora debo ponerme serio, tal vez volver a casa y pagar un buen corte de pelo, conseguir un trabajo, vales de despensa y, con suerte, una secretaria. Una secretaria buenona. O puedo seguir en esta vida deambulante y sin futuro, en alguna isla perdida andando en las calles sin usar zapatos e importunando lugareños. Mmmm.

¿Quién me presta un chor?.

Les dejo abajo un par de historias, no son las ultimas que pasaron, pero sí las que pude escribir. También estaba buscando una buena canción para despedirme. O para decir hola. Pensé en muchas, muchas canciones buenazas. Pero creo que ésta es la que va, y qu’e mejor que con «suptitulos» en ingl’es. Les mando un cubaraima, fanchop, cerveza en bolsa, charavinda, Jack Daniels, agüita de limón o lo que más les refresque, pero ante todo les mando un gran abrazo, esperando encontrarlos un día, mas de cerquitas, decirles chin chin. O salud pues.

Adios Nueva Zelanda… hola takatakas!

Tenemos que ensayar algo antes de que puedas leer esta historia. Respira profundo y luego, en voz alta, lee la siguiente línea:

“uuuiiiiiiuuuiiiiiiuuuiiiiiiuuuuiiiiiiuuuuiiiiiiuuuuiiiiiiuuuuiiiiiiuuuuiiiiii”

¿Listo? Pract’ica un poco, te aviso cuando toque.

————————————————————————————

Tomé la aspiradora y la tarjeta de proximidad, me metí en el elevador de servicio y comencé mi recorrido. Acerqué la tarjeta al lector  hasta escuchar el “tii riiiit” y pulsé el botón a cada piso.

8 “…tii riiiit” – Oficinas de seguridad.

7 “…tii riiiit” – Aulas, auditorio.

6 “…tii riiiit” – Biblioteca.

5 “…tii riiiit” – Dirección, archivo.

4 “…tii riiiit” – Laboratorios, museo del terror.

3 … … … ¡TUUUUT!… (Acceso negado).

2 “…tii riiiit” – Laboratorios…

1 “…tii riiiit”…

La compañía donde conseguí el trabajo de aspirador se llama OCS.  Limpian todo en todos lados, incluso tienen una sección llamada Cannon especializada en “limpieza profunda”. Un compa argentino en un momento desesperado trabajó ahí, limpiando baños en teatros y estadios. No era de pasar el cepillo y jalarle al agua. Tenia que meter las manos en lo más profundo de las coladeras y los inodoros, usando lentes y tapabocas y un montón de químicos. Me acuerdo de su expresión cuando me contaba. Pobre. Aquí en el hospital hay algunos que hacen lo mismo. Otros limpian los quirófanos, la sangre, las camas. Pero yo no tengo que hacer nada de eso, sólo aspirar pelusa. Estoy reemplazando a alguien que volverá en un mes. Después, bueno, ya veré después.

“Hey Esther, no puedo entrar al piso 3”.

“Oh, no te preocupes por ese piso, ve a los siguientes”.

“OK., ¿Tendré que hacerlo más tarde?”.

“No. Tu no debes entrar ahí”.

“OK., mmm, ¿Y qué hay dentro?”.

“Animales…”.

5 “…tii riiiit” – Dirección, archivo.

4 “…tii riiiit” – Laboratorios, museo del terror.

3 … … … ¡TUUUUT!… (Acceso negado).

……

Voy siguiendo una delgada línea roja en el piso 4. No estaba aquí hace media hora. Las luces en las oficinas están apagadas, hay algunas maquinas encendidas que se mueven como si arrullaran los frascos de muestras y químicos. La línea sigue por todo el corredor y se va engrosando hasta llegar a un bote de basura. Veo dentro, es como si hubieran rociado la sangre con una manguera. Llamo al número de Esther, pero no contesta. Voy a buscarla, espero que no sea ella, bueno y un poco sí, porque ¿Quién más?, ¿Quieeeeen maaaaas?. La voy llamando por los pasillos, el eco hace eco. Escucho abrirse la puerta que conecta a un viejo corredor del hospital. Me quedo en silencio. Veo el reflejo en las paredes de una luz que se mueve, como una linterna, escucho los pasos, se acercan, no suenan a pasos de una viejecilla convaleciente, más bien suenan como un cabrón enorme cargando un hacha. Le aspiraré un ojo y luego saldré corriendo. 

Esther comenzó a sangrar por la nariz sin razón y no podían detener la hemorragia. El guardia vino a darme las llaves para cerrar todo. Está en el hospital, al parecer no regresará al trabajo en mucho tiempo. Siento pena por ella, era buena conmigo y a veces no entiendo como siendo tan viejecilla amable tiene que estar haciendo este trabajo miserable.

5 “…tii riiiit” – Dirección, archivo.

4 “…tii riiiit” – Laboratorios, museo del terror.

3 … … … ¡TUUUUT!… (Acceso negado).

……

El reemplazo de Esther fue bastante claro cuando le pregunte por el piso 3. “Hacen experimentos, cosas del cáncer, es impresionante”… – me dijo mientras doblaba unos trapos. “No hay que entrar ahí”. Quiero saber qué clase de cosas hay dentro. Tal vez tienen un perro mutante como el de “La Mosca”. O tal vez la mosca misma vive ahí. Ante tanto misterio y negación mi deber ahora es entrar. Además mis tendencias eco-terroristas me persiguen. Siempre ando salvando bichos, arañas, ratas, todo, a lo mejor mi misión aquí es salvar a todas esas criaturas, liberar un virus, todos al demonio. Día con día, al pasar por el piso 3, acerco la tarjeta y pulso el botón para que se abra. … … … ¡TUUUUT!

Me hice un traje impermeable usando el plástico para envolver la carne en el supermercado y me fui al hospital. Ha llovido todo el día. Olvidé la tarjeta en casa, esperaba poder pasar por ella de camino pero el envoltorio impermeable tiene algunas fallas y el agua se filtra por todas partes. Me fui directo a la entrada de la escuela y llamé al supervisor para que me dejara entrar. Es mi último día trabajando aquí. Le expliqué lo de la tarjeta y que necesitaba otra poder abrir las puertas. “Veré qué puedo hacer. El jefe viene para acá, quiere platicar contigo”. Luego de unos minutos salió del elevador. El jefe. Master aspirator. Su aspiradora es dorada, el cromo del mango brilla, casi nos alumbra. “Hey Omar, ¿Cómo estás?, tu ultimo día eh?…, haz hecho un buen trabajo, tal vez pueda ayudarte a conseguir otra cosa por aquí…”. Charlamos algunos minutos, me dio las gracias y se despidió. Luego regresó. “Me han dicho que no tienes tarjeta, yo me voy a casa, ten, usa la mía, déjala en la bodega cuando te marches”.

Me fui al piso 8 y comencé a trabajar. Espero terminar antes y poder marcharme, darme un baño, dormir hasta el lunes. Está más oscuro que de costumbre. Las oficinas se alumbran de vez en vez con los relámpagos, sigue lloviendo. Ok., éste nivel está listo. Llegué al elevador y lo llamé, le doy un vistazo a la tarjeta del jefe. Entonces, me quedé helado.  Los relámpagos alumbran el pasillo. Me siento como la primera vez que vi una revista porno. Tengo la tarjeta del jefe, del master aspirator. Es la tarjeta fantástica, la tarjeta que, seguramente, abre las puertas del piso 3. Aquí es cuando un relámpago alumbra mi malvada sonrisa.

En vez de usar el elevador bajé por la escalera de emergencia. En estas situaciones las cosas malas siempre les pasan a los que usan el elevador. Además es la mejor manera de escapar del mal, no quiero tener que pararme en la puerta del elevador y llamarlo y esperarlo mientras las ratas trepan por mi pantalón. Me detengo a enrollar el cable sobre la aspiradora para que no estorbe y me la cargo de nuevo a la espalda. Las escaleras de emergencia están mojadas, las suelas de mis tenis tienen hoyos, a cada paso el agua sube lentamente por mis calcetines. Level 03. Hay un montón de letreros y señalizaciones en la entrada. Biological. Corrosive. Hazard. Oxidising. Toxic. Restricted. Warning. Warning. Warning. Level 03.

De todas las cosas que he hecho aquí tal vez ésta será la peor. No tengo ningún motivo para entrar, pero acá estoy, tratando de ver por el vidrio de la puerta en lo que me decido a pasar la tarjeta. Qué tal que en verdad hay algo espantoso ahí, cargaré con la imagen por siempre en mi mente, como esa del gato atropellado que vi un día que fui a comprar tortillas. Además me puedo meter en un problema con el hospital y los master aspirators, aquí no se andan con patrañas, por cualquier cosa llaman a la policía y ya me veo con aspiradora y zapatos con hoyos escapando de la ley. “¿A qué vas a Nueva Zelanda?”- me preguntaban. “Ps’ nomás, a ver qué hay…”. Y bueno, aquí estoy, viendo que hay. Debo dejar de hacer estas cosas. Dejar de ser un metiche. Decidido. No voy a entrar. Sólo voy a pasar la tarjeta para ver si en verdad funciona y quitarme las ansias, abrir y cerrar la maldita puerta de una buena vez, luego voy a regresar por donde vine, salir de este lugar  y luego de este país y no volveré jamás. Tomo la tarjeta y, sin pensarlo un segundo más, la pongo en el lector. … … … … ¡Tii riiiittt!.

Empujo la puerta. Me quito los audífonos y entro de prisa. …Ok., un minuto, sólo un minuto…. Hay una luz negra sobre el marco de la puerta, del lado izquierdo hay una reja que protege otras puertas y un par de enormes maquinas con un monitor que dice “-75˚c”. Reviso la reja, no tiene seguro. Pienso en entrar, pero antes doy un vistazo hacia el otro lado del corredor. Al fondo, en la oscuridad del pasillo, se ve una enorme puerta metálica, es mucho más ancha que las otras, veo una línea de luz azul que escapa por debajo. Ese es el lugar. Comencé a caminar por el pasillo junto a la pared, las ventanas al exterior están bloqueadas, no entra luz por ninguna parte. Detrás de la pared se escucha agua corriendo, algo como un ventilador y un “Bip” cada tres segundos. Se siente el ambiente, la energía, es terrible. Estoy a un par de metros. Me detengo frente a ella, siento punzadas en la espalda, estoy nervioso, siento que estoy ante el secreto de la vida misma. Estiro la mano y la pongo en el filo, está fría, como nunca nada lo ha estado. Aquí voy. 

Un par de luces rojas en el techo se encendieron y comenzaron a girar. ( Aquí va tu parte!!!) “UUUIIIIIUUUUUIIIIIUUUUUIIIIIUUUUIIIII…”. Antes de que pudiera siquiera empujar la puerta, una aguda alarma comenzó a sonar. Voltee para todos lados sin saber qué hacer y, finalmente, corrí, corrí como nunca. Llegué a la salida y jalé la puerta. Estaba cerrada. ¡Pero yo la dejé abierta!. Esto tenía que saberlo desde el día que nací. La jalé de nuevo y de nuevo, es como en esas películas en donde alguien hace algo estúpido y luego no puede escapar porque la puerta está cerrada. Encontré un lector junto a la columna, saqué la tarjeta y la pasé. El lector hace ¡TUUUUUT! y yo hago ¡SHIIIIIITT!. Abajo del lector hay un gran botón rojo, puede ser que abra la puerta, o puede ser que haga que todo explote, de cualquier manera ya no importa, así que lo apreté. La puerta se abrió. Salí y luego la cerré apurado con la esperanza de que conmigo afuera la alarma se detuviera. Pero no pasó. Los de seguridad no han llegado, mejor me largo ya. Nadie sabrá que fui yo. Bajo un par de escalones, la luz de la alarma sale por la ventana y rebota en las escaleras. Por supuesto que sabrán que fui yo. Revisaran en el sistema y encontraran el acceso con la tarjeta del master aspirator, lo llamarán y el contestará mientras aspira la alfombra de su casa y dirá: “¡Fue ese pinche mexicano!, búsquenlo, es el único con un impermeable hecho con plástico de envolver carne”. Así que, consciente de que no hay escapatoria, me senté en las escaleras y llamé al teléfono del supervisor.

“…Diga?”

“hey, habla Omar,…”

“Hey Omar, todo bien?”

“Si, bueno necesito tu ayuda…”

“Ok., dame un minuto, tengo que ir al piso 3, algo pasa con la alarma…, ¿en dónde estás?

“… … …”.

Lo veo bajo la luz roja escribiendo una clave en una consola para detener la alarma, pienso en la historia que les contaré, a él, a los de seguridad y al master aspirator. Tengo el estomago revuelto, la sensación incrementa a cada tecla que presiona en la consola. A lo mejor, sin darme cuenta, me expuse a todos esos factores químicos y biológicos. Tal vez ahora tengo poderes. Justo como la mosca. ¿Alguien recuerda la película?. Yo más o menos, recuerdo sus habilidades en los momentos clave. La mosca vomitaba.


Estoy dando vueltas en la cama. Me muero de hambre, el sol ya está saliendo y quiero hacer pipí. Tengo la mano izquierda dormida y un dolor de cabeza terrible. Todo mal. Me trato de poner los zapatos, no logro meter el talón, la parte de atrás se ha doblado, hay que soltar las agujetas. ¿Por qué todo es tan complicado siempre?. Los uso a modo de sandalias y camino un poco de puntas entre todo el desastre. No hay una sola cama vacía en un cuarto donde caben diez. Hay mochilas y cosas regadas por todas partes, me hago un espacio junto a Brisbane que se quita el uniforme agarrada de una litera, trata de meter una de sus piernas en la pijama pero de pié y con tanto alcohol resulta una misión.  “Bye bye babe” le digo en voz baja en lo que abro la puerta, pero antes de salir escucho a alguien que me llama desde el fondo de la habitación. “Conchuuuugo…..no me dejes!!!”. Es Gael, salió de prisa con el torso desnudo de una litera del fondo, durmió ahí no sé con quién, sólo veo los piecitos que salen de la sabana. “Conchito maldición date prisa!”- le digo haciendo señas para que se mueva. Esos apodos son vulgaridades que no explicaré. Se pone la playera y los zapatos, le levanta una ceja a Brisbane que no sabe qué pasa y salimos, agachados, muévete, por ahí, shhhttt!!. Nos metimos a escondidas la noche anterior. No había manera de que pudiéramos regresar a casa. En realidad no queríamos regresar. En realidad hemos estado haciendo esto durante días.

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2:30 am, New messages: 0. Están hablando en francés, muy rápido. La chica voltea a verme, se ríe. Yo no me río, tengo sueno y frío, además, por supuesto, no entiendo nada. Camino de un lado a otro en los escalones de la entrada, reviso el celular. Dos tipas se acercan desde Manchester St., las veo bajo la luz de de las lámparas, creo que no las conozco. Espero que vengan para acá. Gael voltea a verme, se ríe, sigue hablando. 2:33 am, New messages: 0. Las dos tipas se han detenido en la entrada, terminan su cigarrillo, hablan en alemán o están muy borrachas, una se acerca a la puerta y pulsa el código para abrirla. Por fiiin – pienso en lo que me encorvo para hacer calor.  Entran una tras de otra, Gael sube corriendo y detiene la puerta antes de que se cierre. “Ok, conchugo…”- me dice – “ya tienes cama”. Subo un par de escalones, pero Gael se mete de prisa y cierra la puerta dejándome afuera. Lo veo perderse en la oscuridad de la escalera que sube a las habitaciones. Espero unos instantes, veo mi cara en el reflejo de la ventana, no me veo divertido. Parece que no volverá. El muy cabrón. En el reflejo veo algo más, doy media vuelta, la chica con la que Gael conversaba sigue aquí, parada casi a media calle. Se me queda viendo en silencio. No hay nadie más. Ella, yo y este frío de shit. Intento sonreír pero los ojos se me cierran, lo más que logro es levantar las cejas. Ella ni parpadea. Se da la vuelta y comienza a caminar. 2:34 am, New messages: 0. “Vas a venir o no?”.

Gael es un buen bailarín. Baila todo el tiempo, en el bar, en la cocina, en la ventana. Es divertido verlo bailar. Tiene un montón de fans en el Base, uno de los pocos lugares en donde semana a semana programan noches de salsa. Y lo suyo es la salsa. Yo a veces lo acompaño, sólo bailo en defensa propia, pero con un poco de cadencia y mi playera de los Pumas junto a una chica que no tenga idea tengo todo el poder latino. Así pues, al terminar mi turno en la escuela de medicina me voy a meter al Soul Square, una vecindad de bares llena de balcones y terrazas de donde los borrachos arrojan sus colillas a los transeúntes. Al fondo, en la puerta del letrero rojo (como era de esperarse), se escuchan los metales y Rubén Blades. Gael ya está en la pista, le da vueltas a una wera y luego se la arrepega hasta donde la física y sus pantalones lo permiten. Inocente criatura. Él me saluda, sus ojos y su sonrisa reflejan los rayos lasser. A veces creo que Gael es el Diablo.

“Ok conchugo, tal vez consigamos a alguien que nos lleve a casa”. Comenzó a picar en su celular buscando a quien mandar el mensaje. Son casi dos de la mañana. Con suerte alguna de sus fans. Caminar a casa de Pete está lejos de ser una opción, tomar un taxi está lejos de nuestros bolsillos. Mandé un par de mensajes con la esperanza de que alguien nos abra la puerta en el hostal e infiltrarnos a escondidas. Pero no he podido encontrar a nadie, ni siquiera a Brisbane. No tenemos como entrar, ni que decir de conseguir una cama. “Ok, lets go…” – me dice mientras su teléfono parpadea.

Las líneas en sus ojos dicen 40++. Son de algún país de Europa del éste, Gael me dijo pero no me acuerdo.  Lo saludan con pupilas dilatadas, es claro que lo ven como un gran filete ahumado. Me las presenta, una tiene chichis enormes. Perdón, pero así tenía. “Y qué están planeando?” – Pregunta. “Oooh…, estamos un poco cansados, tenemos que trabajar en unas horas….pero no tenemos como regresar a casa, está taaaan lejos…”. “Vamos por un trago… nosotras los llevaremos después a casa”. Eso suena a que será muy después. Suspiro un poco, mi espíritu aventurero ya trae puesta la pijama. No es que no tenga ganas de ir con las damas, pero pues no, no tengo. Sobre todo porque después de conocer tanta gente las conversaciones parecen cintas pregrabadas. “¿Qué haces en Nueva Zelanda?, ¿Dónde estabas antes?, ¿A dónde iras después?, ¿Oh, de verdad?, Brillante…”. Entre sueño y chichis enormes no habrá manera de poner atención. Y cualquier otra situación queda descartada, es como estar cerca de un par de serpientes, me gusta verlas y que se muevan pero si se acercan saldré corriendo. Si vamos por ese trago al final serán tres o cinco tragos y podría terminar con una de las serpientes enrollada al cuello, estrujándome para devorarme como a una rata. Gael tampoco está muy animado, no toma, menos fuma, es poseedor de una maldad infinita, pero completamente sano. Y sin salsa de por medio su espíritu entra en pausa. Así que les sonríe, bromea y usa sus poderes a discreción para manipularlas, convencerlas que nos lleven a casa ya.

¿Y ahora qué? Caminamos en la avenida picando de nuevo el celular. Las tipas se fueron a tomar su trago. Manipulación mi calcetín. Vamos camino al hostal con la idea de meternos, así ya, sin invitación o alguna buena excusa. Nadie ha respondido los mensajes, es muy extraño, al parecer todos están dormidos, ebrios, muertos, no sé. Para poder entrar hay que pulsar un código numérico que libera la puerta, lo cambian cada semana para evitar robos, o malvivientes, como nosotros.  No hay nadie en la entrada. Esperamos un rato por alguien. 2:28 am, New messages: 0.

La francesa llegó no sé de dónde. No la conozco, la había visto un par de veces antes, es amiga de alguien en el hostal. Sin pena ni gloria. Es como las de esa canción de Molotov, “que no estaban buenas ni tampoco estaban gachas”. Va camino a un bar, pero al vernos se detuvo a saludar. “¿Qué hacen aquí?”. Gael se acercó a contarle y luego de unos segundos parloteaban en francés dejándome fuera de una conversación que de todos modos no me interesaba tanto. Se empezaron a reír, escuché mi nombre y ella volteó a verme un par de veces. Supuse que Gael le contaba la historia de las serpientes. Pero no le contaba ninguna historia. Estaban tramando una.

2:34 am, New messages: 0. Se da la vuelta y comienza a caminar. “Vas a venir o no?”. Me le quedé viendo y se me quedó viendo. “Ok, ok, vamos…, mmm, a dónde?” – dije bajando los escalones y sin la menor idea de lo que pasaba. “A Boogie Nights, por una cerveza… yo soy ‘…’, ¿Qué haces en Nueva Zelanda?”. Aquí vamos. Contesté a todo lo que me preguntaba y le regresaba las mismas preguntas mientras caminábamos al bar. Cuando llegamos estaban cerrando, no pudimos entrar, así que regresamos por donde venimos. “¿Te importa acompañarme a casa? No es muy lejos de aquí…”. Para ese momento el asunto era claro y la decisión fácil. Podía caminar de madrugada durante hora y media hasta el helado sofá-cama en casa de Pete o, podía irme con la tipa que prácticamente conocí hace diez minutos, en la calle, a intentar “dormir” quién sabe en dónde, obra y guión de Gael. Del pinche Gael. A ver espeeeeerate.

Atravesamos el parque, Latimer Square, luego un par de calles hasta Barbados y finalmente llegamos a Fowley Towers, el hostal donde ella vive. “Oye, sé que vas lejos, así que no hay problema si te quieres quedar aquí”. Trabaja en la recepción, así que tiene una habitación amueblada para ella sola. Entramos, media luz, una enorme cama perfectamente tendida, el tocador con espejo y un montón de cremas y perfumitos, la ropa doblada y colgada en ganchos dentro del ropero. ¡Ganchos y un ropero!. Este lugar es un palacio. Salió a buscar algo a la cocina y yo me quede parado un rato junto a la puerta. No sé qué pasará, pero espero que pase ya. Sólo quiero dormir. La tipa no me gusta, pero no quiero que sepa que, pues, que me vine con ella sólo por su cama. Observando la calidez del lugar y visualizándome acurrucado sobre la almohada del fondo un pensamiento llegó bailando, revoloteando con musiquilla como un hada en mi cabeza. Omaaar Bañueeeeelos, eres una cuaaalquieeeeeraa.

Me acomodé junto a la pared boca arriba, sin quitarme los zapatos, sin quitarme nada.  “¿Y cómo te sientes en NZ?”- me pregunta. “Bien!, bueno, a veces, no, es difícil…”. Entonces le conté todo. Le dije de todos mis días con dos horas de sueño, del infinito cansancio, la mano podrida, lo terrible, lo increíble, lo frustrante y lo perdido. Me asombraba que con el sueño que tenía no me parara la boca. No sé por qué le dije todo eso, pero de pronto me siento tranquilo, me hundo lentamente en la cama mientras ella toma mi mano, me está mirando, se ha quedado así por un rato, me frota la palma haciéndome sentir que me entiende, que no debo preocuparme, que todo estará bien. Al verme con los ojos cerrados, sereno y en paz, se toma un momento y, desde el fondo de su corazón, dice: “QUEEEEE! ¿Ya te vas a dormir??!!!”

4:30 am, New messages:1.
– Delphine –

“Omar what happen?
Code is 2218E.
Gael is sleeping here
Are u lost?”


Salimos de clase de Química en los laboratorios del primer piso, me estaba contando algo mientras caminábamos rumbo a las escaleras. No recuerdo qué me decía, pero a mis trece pensaba en que a sus trece estaba un poco loca. También pensaba que era muy linda. Mucho. Me gustaba cuando se reía y como torcía los dedos cuando hablaba. Sonrío por algo que le dije y luego me dio un manazo. Estaba enamorado.

Crecí con ella en historia y carácter, supe lo que era divertido y lo que no era tanto y me enteré de lo increíble / terrible que podía ser una vieja cuando la escuchaba hablar. Me contaba muchas cosas, se reía, se enojaba. Era una pendeja. Y yo me reía porque también era un pendejo. Nos hicimos amigos. Buenos amigos. Ella tuvo un novio y yo una novia y luego ella muchos novios y yo muchas novias. Pero eso no impedía que siguiera enamorado. A veces mucho. A veces nada. Y a veces me caía tan mal. Sobre todo cuando venía llorando porque alguno de esos rufianes le había hecho, dicho, roto algo. No entendía yo como alguien le podía hacer, decir, romper, siendo ella tan, pues así, como era. Creo que a veces simplemente se me caía la baba.

Y pasaba que no pasaba. Seguro la oportunidad estaba ahí, pero yo no la tomaba, tal vez por que nunca la veía, o tal vez porque era un cobarde. Pero siempre procuraba estar ahí. No sé si esperaba algo a cambio, sólo disfrutaba estar. A veces se iba de viaje con sus novios e inventaba que andaba conmigo. “Hazme el paro”- me decía. Y yo le hacía el paro aunque nunca hicimos ni un viaje juntos. Me gustaba verla contenta, me gustaba su energía. Ambos teníamos a alguien, pero había temporadas en que estábamos más juntos. Había otras en que no. Y la extrañaba. Sabía que ella también me extrañaba, pero no tanto. No como yo.

Con el tiempo se volvió una de las personas más importantes en mi vida. La amaba. Y la amaba lejos de la carne y mira lo que te compré. Seguía pensando que estaba un poco loca, que era una maraña de complicaciones y lloraba desconsolada y cantaba desafinada y luego no le paraba la boca. También pensaba en que, como yo, le exigía un montón de cosas al mundo. Esa exigencia que es dulce a la complacencia y generalmente más socorrida en frustración. Hablar con ella me cebaba, sus palabras se me enrollaban en ese hueco que hay del estómago al pulmón, me hacía espejo en severidad, igual de loca, tan cursi de espíritu, tan no sé lo que quiero pero lo quiero ya. Nos sentábamos en la banqueta junto a la puerta de su casa y desde ahí esperábamos en secreto a que pasara el avión que lanza las bombas mágicas. Con suerte un día nos tocaría una. Una enorme.

Pero ps pinche avión, se tardaba mucho el cabrón. A lo mejor no pasaba por esos barrios tan jodidos. O a lo mejor ya había pasado antes, 15 años atrás, y lanzó una bomba tan grande que no pudimos verla, una bomba tan grande que, en vez de explotar, nos engulló y quedamos dos charalitos flotando, como en una pecera de esas redondas donde vive el pez beta. Ella nadó para un lado y yo para el otro y desde entonces nadamos en círculos y en direcciones opuestas. Al final de cada vuelta chocamos de frente y nos tomamos las manos, pero no para estar juntos, sólo para intentar no ahogarnos. Con cada vuelta nos acercamos lentamente al borde, una capa que con el tiempo se volvió delgada, con un montón de huecos y parchaduchas por donde el agua escapa mientras la magia que nos tocaba no decide entre ahogarse, volverse un liquen, comida para el beta, o sencillamente escapar por uno de los agujeros y escurrirse al asilo de magias y esperanzas A.C y pasar ahí sus últimos días.

“Seguro terminan casados” – nos decían aquí y allá. Yo no lo veía como una posibilidad, sobre todo porque nos conocíamos muy bien y nos sabíamos todas y cada una de nuestras historias. Eso era mucha información. Pero de vez en cuando me dejaba ir y pensaba en cómo sería. Seguro sería extraño. Pero cuando nos juntábamos para quejarnos de los berrinches que habíamos hecho y coincidíamos en tantas cosas pensaba en que sí, en que tal vez un día, que estábamos en un proceso de acondicionamiento a largo plazo para que al final pudiéramos estar juntos. Pero… ¿Cuanto tiempo tendría qué pasar?. ¿Otros quince años? No veía exactamente cómo es que el acondicionamiento funcionaba, especialmente porque al transcurrir del tiempo nos volvimos más intolerantes, más desesperados, no de la urgencia, si no de no esperar. “Ps si no yo creo como a los cuarenta” – Le dijo a alguien bromeando. Creo que no me rei.

Y la vi ir y venir de las mismas historias una y otra y otra vez y otra y otra. Y yo venía en su rescate una y otra y otra vez y otra y otra y hasta escribirlo resulta absurdo. Pero la realidad era que estaría siempre ahí poniendo mi bote de basura, sonriente, sosteniéndole el cabello mientras la veía vomitar. Ella me cortaría una vez más en pedazos, en ese proceso de deconstrucción al que me acostumbré tanto y que continuaría en un lapso infinito. Podrían pasar otros diez años y yo seguiría nadando en círculos entre el liquen, junto al cadáver del beta, mientras ella, desde afuera, me observa sonriente, dando golpecitos con el dedo en la pecera.

El día que compré el boleto para venir no quería decirle a nadie. Era mi aventura mía no la veas porque se gasta. Pero sobre todo no quería decirle a ella. Porque seguro me diría algo como, “Está poca madre amigo que bueno me da gusto por ti chingón,  blaaa blaaaa blaaaaaah”. Y yo no quería que me dijera eso. Yo quería que me dijera “Si te vas no regreses, a menos que sea por mi”. Pero eso no pasaría. Y lo sabía desde siempre, porque ella me quería, me quería mucho, era especial y era su amigo y cuando me peinaba también le gustaba y en un día de suerte me daría un beso. Tal vez más, muchos besos más, tal vez nos casaríamos sin esperar a los 40. Una linda casa en un barrio no tan jodido con un montón de horribles niños corriendo y gritando y molestando al perro. Pero, al final, no era yo. No era suficientemente especial. A lo mejor no era bastante alto, o viejo, o suficientemente peinado. A lo mejor no era bastante gordo, o fuerte, o inteligente. O suficientemente hijo de puta. A lo mejor no le gustaba como me reía. A lo mejor no le gustaba como torcía los dedos cuando hablaba. Y eso me partía el alma.

Tal vez, si todos los astros se alinean y la agarraro un día muy muy de buenas, me diría que sí. Pero no quiero. Quiero estar con alguien que, como a mí, se le caiga la baba. No quiero ser el plan B, el azúcar light, el “ps’ bueno va”. Quiero ser el plan maestro. La sal de mesa. La bomba mágica. Una enorme. Si no, mejor no quiero nada.

Apenas logro abrir los ojos. Ella entra en la cama y me empuja para que le haga un espacio. ¿Y ésta?. Por un momento no sé quién es ni en dónde estamos. Se acomoda junto a mí, huele a cigarro y alcohol y un poco a McDonald’s. Ya recuerdo. La abrazo por un momento. Pero no con maldad, sólo pongo mi nariz en su cuello, respiro profundo en su cabello, es una sensación agradable, no me recuerda a nadie. “Come on babe, it’s almost six, you have to leave now…”- me dice moviendo mi brazo al notar que me quedo dormido. Rodé lentamente sobre ella y me tiré bajo la cama buscando mi ropa escondida. Los demás en la habitación siguen durmiendo. Tengo que darme prisa o estaré en problemas. Con la capucha del rompevientos puesta salí en silencio, tomé el vaso que dejé preparado junto a la puerta, no hay nadie en los pasillos, así que avanzo sin hacer ruido hasta las escaleras que dan a la calle y escapo del lugar antes de que alguien aparezca.

Llegué con el amanecer hasta la estación de autobuses. No hay mucha gente aún, me metí a los baños y bloqueé la entrada. Me lavo la cara, las orejas, el cabello. Tengo que usar mucha agua para poder quitarme todo el jabón de manos. Me gustaría lavarme un poco más, pero ha llegado alguien a golpear la puerta. Pongo la cara en la secadora de aire, las manos las seco en el pantalón. Pienso en que unos shots de Axe lo solucionaran todo. Si tan sólo tuviera uno. Salgo a esperar el autobús, la pizarra dice dos minutos, los audífonos ya no hay batería.

El día pasó lento en el supermercado. También ayer y también antier. Tengo varios días contando las horas para salir de aquí. Por alguna razón soy más feliz con la aspiradora hurgando en los rincones de la escuela de medicina, aunque al final ambos son trabajos tediosos, repetitivos y polvozos. No me estoy quejando, es sólo que, después de esas catorce horas sin haber cruzado apenas palabra, necesito distraerme, hablar con alguien, de preferencia con falda y manos tersas. Pienso en que no viajé tantísimos kilómetros lejos de mi casa y mi cama nomás para venir a hacer esos trabajos que no me gustan y que, además, me tienen aislado de la sociedad y la sabrosura. El hecho de que la casa de Pete esté tan lejos tampoco es alentador, sé que tengo que levantarme muy temprano y que tengo muy pocas horas de sueño, pero estoy tan aburrido que prefiero ir al centro de la ciudad aunque tenga que dormir en la calle.

Llegué a la barra y me acomodé en una esquina. La banda está tocando y hay un montón de borrachos coreando Starway to Heaven. La veo servir un trago tras otro, se mueve ágilmente por toda la barra, casi parece que no está ebria. Es alta, muy alta. Sus largas y delgadas piernas fueron hechas en Finlandia. Ella llegó a Christchurch hace un par de meses y desde entonces sirve tragos en Mickey Finns & The Rock Pool, un enorme bar irlandés en donde trabaja hasta el amanecer. Luego de unos minutos se acerca, me da un trago y un beso. Ambos saben a vodka. Me gusta ser este viejo payaso que se acomoda con un codo en la barra y le da besos a la que sirve los tragos. Cuando termina su turno sigue sirviendo tragos. Pero esos son sólo para ella. Brisbane está bebiendo hasta la muerte. Y yo, duermo en su cama.

Brisbane
Brisbane me quiere. La conocí hace tiempo atrás, cuando vivía en Auckland y mi vida era un poco menos afortunada. El día que regresé del viaje con Impronunciable por el lejano norte, Brisbane estaba ahí, sentada en las escaleras del hostal. No le puse mucha atención porque se embriagaba con un montón de tipos. En ese momento yo no estaba de humor para nadie que se embriagara con un montón de tipos. Luego de unos días Brisbane estaba muy lejos de ser mi persona favorita. Su dinámica era siempre la misma, beber desde temprano y terminar la noche con cualquiera que estuviese cerca. Sí, suena divertido. Pero yo mejor ni me acercaba. Porque lo que no sabes de las nubes viajeras es que esa linda princesa que está picando zanahorias en la cocina se metió con uno o dos o cinco de los que están viendo televisión en la estancia. Está bien, dices y respiras, éste pasa, éste pasa, ok, ok, éste pasa, pero éste?? (¿Cómo pudo meterse con éste?). Y luego si sabes un poco el historial de cualquiera de esos vagos terminaras con los pelos de punta. No es que ande yo husmeando en la vida de estos representativos del mundo, pero en pro de la salud física y mental de las masas es bueno hacer matemáticas de vez en cuando. Y los números de Brisbane eran exorbitantes.

Cuando dejé Auckland también ella se había marchado. No supe a dónde, no me importaba. Me la encontré un par de veces en la isla del norte y al final terminamos juntos aquí en Christchurch. Ella se alegraba de verme, de vez en vez me regalaba de sus cervezas y se sentaba a platicar conmigo. No teníamos mucho en común, así que básicamente me contaba cuan ebria estaba la noche anterior y lo miserable que se sentía. “Tienes que detenerte” – le decía mientras le daba un sorbo a la lata que me había dado. Supongo que no era yo un buen apoyo. Pero siempre estábamos de acuerdo en que era lo mejor, y por un par de horas dejaba la lata en el piso. Ok, tal vez menos. Al oscurecer se metía en la entallada blusa de Jim Beam, escondía la botella en su bolso y arrastraba sus 21 años con rumbo al bar y con rumbo al carajo.

Brisbane vive en el Frienz, aquél hostal de donde un día nos echaron. Ese día ella estaba en la habitación mientras yo empacaba todo. “¿What are you doing?” – me preguntó con lata y ojos entreabiertos. “We are leaving, no money no beds” – dije mientras empujaba la ropa al fondo de la mochila. Se quedó en silencio un rato, luego, caminando torpemente salió de la habitación. Cuando bajé para entregar la llave la gerente me dijo “Brisbane pagó una cama para ti y otra para Gael, pueden quedarse por esta noche”. Subí bastante confundido y entré en la habitación, no sabía que decirle, así que con cara de estúpido la abracé y la besé y le dije gracias. Luego le pregunté si podía hacer algo por ella. “Can you go to the liquor store and buy me a bottle of vodka? …” – me dio uno de cincuenta y una lata para el camino. Parecía un buen camino. Porque inesperadamente tenía una cama, una cerveza y una ebria y promiscua ángel guardián.

Tengo varios días sin ir a casa de Pete. Al terminar mi turno en el hospital me voy directo al bar. Son varios días con la misma ropa, varios días desde el último baño. Pienso en que puedo darme una ducha a escondidas cuando Brisbane me despierte, pero es imposible, prefiero quedarme dos minutos más en la cama, esos dos minutos de sueño que me son ahora imprescindibles. Y al final tengo que salir corriendo, si la gerente me descubre también echaran a Brisbane. Un día se me hizo más tarde de lo habitual y cuando bajé la recepción ya estaba abierta. Lo único que se me ocurrió fue agarrar uno de los vasos abandonados con sabe-qué-bebida y juntarme rápido con los que se amanecieron tomando en el lobby, poner cara de borracho y fingir que me había pasado la noche ahí. Estuvo muy cerca. Desde entonces siempre dejo un vaso con cerveza o cualquier cosa en la entrada de la habitación, es mi único pretexto.

Un día terminé mi turno en el hospital antes de tiempo y me puse a husmear en el sótano. Muy al fondo del pasillo encontré un par de puertas que rechinaban sólo de verlas. Tras una de ellas había una vieja regadera. Tenía lockers y un pequeño vestidor, pero parecía que nadie había estado ahí en mucho tiempo. Abrí la llave del agua caliente y luego de un montón de ruidos y escupitajos de óxido el agua comenzó a salir. Fui corriendo por un trapo y cosas de limpieza, lavé el piso, las llaves y el cosito para poner el jabón. Yo no tenía jabón pero tal vez un día. Fui al baño de un laboratorio y agarré jabón de manos, me lo unté en la cabeza y luego agarré más. Me metí a bañar. No tenía chanclas pero bueno ya. Tampoco tenía toalla, así que me sequé con las manos y haciendo un montón de bailes aerodinámicos. Al final usé un poco la playera y como no tenía otra pues me la puse de nuevo. Dado que mi ropa estaba sucia el asunto del baño no tenía mucho sentido, pero no importaba, me sentía fresco, radiante, todavía más apuesto.

Brisbane guarda su ropa interior en cartones de cerveza. Y Gael dice que ella es repugnante. Tal vez. Pero le causa curiosidad morbosa. Cuando se entera de algún suceso de la noche anterior va con el participante en turno y comienza a hacer preguntas. Yo prefiero no saber. Y es que, como dije antes, yo duermo en su cama. Sé que tal enunciado suena a lobo cazador de la estepa, pero las únicas opciones correctas para cambiar el verbo en la oración serían: sueño / pernocto / descanso. Ella llega al amanecer, se mete en la cama y me le abrazo unos minutos antes de salir. Es cómo un acuerdo mudo, ella confía en que puede recargarse en mi sin que intente arrancarle la ropa, yo confío en que, pues, me deje dormir en su cama. Brisbane está con Darren. Es el inglés que se sentó conmigo en las escaleras del hostal cuando todo estaba casi perdido. Ellos están juntos. No juntos juntos, pero algo, algo juntos. Tienen mucho alcohol en común. A veces Darren se mete a la cama de Brisbane y la espera ahí. Para mi es un desastre. Y lo es porque a veces Darren viene a buscarla y lo único que encuentra es a éste horrible pirata. La primera vez sólo se quedó ahí parado, observándome, tambaleándose en silencio con su vaso en la mano. “What a fuck?”- Dijo. Luego se fue igual como vino, tambaleándose. Al siguiente día vino a saludarme como si nada, me dio un beso en la cabeza y un – “ola mi amigou”. Creo que no se preocupa porque al final Brisbane no le importa. O tal vez porque piensa, como muchos otros, que soy un gay. No es algo de lo que me sienta orgulloso, pero en el transcurso de los años me ha brindado muchas ventajas competitivas. “Dejenlo que se vaya con las viejas, al fin ques’ puto…”, “…que Omar duerma acá con nosotras, ps si es bien tranquilo”. Claro. Dejad entrar al chacal.

Brisbane me pone nervioso. Cuando vivíamos en el hostal y ella se embriagaba, a veces me desconocía por completo. Un día en un bar me pidió que me sentara con ella. Pero antes de que pusiera mi trasero en la silla me jaló y me sentó en sus piernas. Y bueno, me dejé. Pero luego me metió la mano bajo la camisa y me pellizcaba las chichis. Había otras viejas ahí y se reían. Era yo un pedazo de carne, una putita. Su putita. Se disculpó al día siguiente. Unos días después me arrinconó contra la litera en una de las habitaciones. Era como un monstruo de brillantes ojos azules, es mucho más alta que yo, así que la veía de abajo, muy de abajo, se mordía los labios y con un dedo me jalaba los botones de la camisa. Yo hacía lo mismo con los suyos en legítima defensa. Entonces Gael entró a la habitación y como a niños haciendo travesuras nos sacó del cuarto. Pero yo estaba lleno de alcohol y de veneno, así que me fui tras ella. Gael me gritaba y me apuntaba con el dedo -“heyy, Banuelo, stop with that!”. Al final y para mi bien le hice caso. Pero ahora, las cosas son diferentes. Gael no está. Y yo tampoco. Mi consciente razonable se fue a beber con sus amigos y no sé si volverá. Estoy ebrio, como hace una semana, como hace dos. Cuando duermes un par de horas diarias no necesitas tanto alcohol. Todo es confuso, es el mismo día desde hace muchos. 06:00. Los baños de la estación. 10:00. Termino de ordenar los congeladores. 15:00. Me gustaría tener a una vieja gruñona regañona que se quejara de todo lo que estoy haciendo. 23:00. Me seco con la playera. 02:00. Poder pelear con ella y detener toda ésta locura sólo para callarle la boca. 04:00. Duermo sin quitarme la ropa. 06:00. Baños de la estación. 11:00. Pon más pescado en los anaqueles. 17:00. Pero en estos días sólo la tengo a ella. 19:00. La aspiradora se ha llenado de nuevo. 21:00. Que no tiene queja. 23:00. Se sentó a beber conmigo. 00:00. Que no le importa nada. 01:00. Su boca sabe a vodka. 02:00. Ni ella. 03:00. Los vasos están vacíos. 04:00. Ni yo abajo de ella. 05:00. (…). 06:00. Los baños de la estación…

Brisbane

“Creo que estás un poco lejos de Dios” – me dice.  Abrió su biblia y se sentó junto a mí. Me señala algunos versos para que los lea, es una biblia enorme y vieja, las hojas están llenas de diminutas flechas, anotaciones e intrincados esquemas. Todas las hizo él, al parecer ha invertido algún tiempo estudiando. Estoy leyendo los versos en voz alta y concentrado en el pronunsieision, pero entre nombres y oraciones en inglés antiguo no entiendo de qué trata. Él, haciendo uso de todas esas tachaduras, comienza a explicarme cómo es que esos señores se esparcieron por el mundo y por qué los ricos son ricos y los pobres son pobres y que, al final, nos iremos todos al demonio. Está completamente convencido de que eso ocurrirá muy pronto. Ha estado guardando desde hace tiempo un montón de latas, agua y artículos de supervivencia en la cajuela de su auto. Después del gran temblor se fue a vivir a su garaje por un par de semanas, esperando el momento de escapar, vivir en las rutas, Mad Max. Estoy un poco contrariado, no sé si es por él, o porque comparto cama con Gael, o porque no hice mi primera comunión y el día del juicio se acerca.

Vivimos en casa del plomero. Nos permitió quedarnos por una temporada a cambio de ayudarle a escombrar el lugar y hacer algunas reparaciones. Gael es su asistente. Asistente plomero. Mañana se irían a trabajar muy temprano. Yo tendré que ir meterme a las agencias de empleo, estoy decidido a no regresar sin uno. Después de acordar que cucharita no vale, nos acomodamos en lo que  nos parece ahora un microscópico sofá-cama, tan lejos uno del otro cuanto pudimos. «No me importa si es tu codo o tu rodilla conchugo, si siento algo duro cerca de mi, te mato».  Tal vez el plan de dormir cada quién en una banca del parque no era tan mala idea.

“Bueno, tenemos dos vacantes. Una es en el día, acomodando productos en las bodegas del supermercado. La otra es por las noches, aspirando alfombras en la vieja escuela de medicina”. Suena ganador. “Y puedo tomar ambos?”- pregunté. “Puedes hacerlo, pero piénsalo bien, son muchas horas y vas a terminar algo loco”. Démelos todos para llevar comiendo… me dije en lo que firmaba las hojas.

Estaba excitado por el trabajo en el supermercado. No todo estaría perdido. Podría aprender muchas cosas de mercadotecnia, estar en contacto con cientos de productos, diseño de envases, ver la competencia de marcas en su máxima expresión. O podría olvidarme de patrañas y ligar con las cajeras. El supermercado queda algo lejos, me desperté muy temprano y caminé veinte minutos hasta la parada de autobús. De ahí otros 40 minutos hasta las puertas del Countdown. Me presentaron a los jefes, una triada de infelices. Así eran, no sonreían nunca y no tenían idea de qué hacer cuando alguien por error les decía “buenos días”.  Un poco más tarde me fui a dar una vuelta por las cajas, pero me encontré con que las cajeras eran un montón de viejas despeinadas. Así que, dadas las inclemencias sociales, me concentré en ser el mejor acomodador de súper en la historia. Iba y venia apurado con el carrito lleno de cajas y colocaba de prisa los desodorantes y las mermeladas en los anaqueles, revisaba que la información en las etiquetas concordara y acomodaba de nuevo las latas de atún en aceite que algún acomodador sin oficio había dejado por error en la sección de las latas de atún en agua. Luego descubrí un placer secreto. Poner en orden todas y cada una de las bolsas de papas fritas.

Salí corriendo del supermercado para alcanzar el autobús y llegar casi a tiempo a la escuela de medicina. Está conectada al hospital general de Christchurch, es un edificio alto y viejo con cientos de puertas y lugares secretos. Me dieron una de esas aspiradoras que se cuelgan en la espalda como de los cazafantasmas y una tarjeta de proximidad. Mi jefa es una viejecilla con la cabeza blanca, camina muy despacio, al parecer a causa del kilo de llaves que carga al cuello. Esther. “Son 10 pisos, puedes hacerlos en el orden que quieras, sólo procura terminar a tiempo muchacho. Los pisos 2 y 4 tienen laboratorios, trata de no tocar, tampoco te toques los ojos, o la cara, bueno, de preferencia no te toques nada”. Me dio un manojo de llaves para las oficinas. “Si necesitas algo llámame al celular, no hay muchas personas a esta hora”. Eso en realidad significaba que no había nadie. Armado con audífonos y aspiradora me interné en el desolado edificio y comencé a subir y bajar tratando de terminar a tiempo sin perderme. Al final dejé todo en una bodega en el sótano y  llamé a Esther para reportarme. “Oh, ya estoy en casa muchacho, pero bien hecho, nos veremos mañana, misma hora…”. Salí a las 11 de la noche del lugar. Podría tomar el autobús, pero ahorrarme esos 3 dólares resulta vital, así que preferí caminar atravesando el gran jardín botánico. En hora y media estaba de vuelta en casa.

Ambos trabajos quedan tan lejos uno del otro como de la casa de Pete (el plomero). Salgo a las 6 am y estoy de vuelta a media noche. No hablo con muchas personas, la gente en el supermercado es algo hostil y la gente en el hospital, bueno, no hay. Al regresar por las noches Gael ya está en cama, platicábamos unos minutos pero al final estoy tan cansado que al siguiente día no recuerdo la conversación. Siempre he hablado solo, cuando voy manejando por ejemplo. A veces mucho, a veces nada. Pero en estos días, me volví un conferencista.

El tiempo pasa rápido. En el supermercado trabajamos cada día un pasillo diferente, aunque cuando nadie me ve escapo para acomodar la sección de las papas fritas. Siempre me muevo de prisa, así que desde hace unos días me mandaron a trabajar en los refrigeradores. Estoy a cargo del helado, las cenas de microondas, el pollo del numero 18. En las bodegas hay un enorme congelador, -21 grados, paso metido ahí la mitad del día tratando de encontrar lo que hace falta en la tienda. Luego de unos minutos los pelos de la nariz me pican de congelados. Pero lo peor son las manos. Durante el día en el refrigerador, durante la noche la aspiradora caliente. Así que se me han ido pudriendo de a poco. Un día me olvidé los guantes y aprendí que los dedos también se pegan al metal cuando está muy frío.

“So byyyee byyyeee miss a-me-ri-can pay, drove my Chevy to the levee but the levee was dry…”. Mi voz se mezcla con el ruido de la aspiradora y rebota en los pasillos. Canto fuerte y espero que sea suficiente para ahuyentar a los espíritus. Que?. Pues sí, es un hospital. Gente muerta. Todas esas horas invertidas en videojuegos de miedo se han traducido ahora en una paranoia del terror. Los viejos muebles, las fotos en las paredes, los elevadores que nunca se detienen en el piso 3 y todas esas puertas con nombres de gente que no conozco y que voy abriendo y cerrando y abriendo y cerrando sin encontrar a nadie a lo largo de estos largos corredores sin luz. Además Esther no es de mucha ayuda. Anda en silencio por los pasillos, caminando encorvada, tétrica, con todas esas llaves atadas al cordel que estruja su cuello. Un día nos encontramos en el sótano.
“¿Y tu, por qué estás aquí?” – me preguntó acomodándose las llaves.
“Vine a vaciar la aspiradora…”.
“Pero hace diez minutos te fuiste a despedir, me dijiste que tenías que irte…”.
“Mmm, no era yo Esther, ésta es la primera vez que nos vemos en el día …”.
“….pero estoy segura…eras tu… te despediste…” – me dijo con la mirada perdida al infinito y se alejó despacio, hablando sola. Yo sólo espero que sea una viejecilla chispa y me esté haciendo una broma de limpiadores de escuelas de medicina.

Al oscurecer, el lugar más inhóspito es la biblioteca. Siempre la cierran por dentro, así que para poder entrar hay que bajar un piso y pasar por las bodegas entre los anaqueles del archivo muerto, atravesar un par de puertas y subir en completa oscuridad por una escalera interior. Durante el trayecto se escuchan todos los sonidos atrapados, las paredes acomodándose, el eco de años y años. Wispers in the dark. Voy empuñando el mango de la aspiradora por delante mientras me tomo del barandal, es imposible no recordar la de Silent Hill. Charan charaaran rarara chara Rahn…. Mientras voy subiendo trato de no tropezar con los escalones y a cada paso siento como lentamente se me enchina la piel. Ando un poco a tientas junto a los estantes y voy entrando en un proceso de metamorfosis, de cada poro comienzan a salirme cientos de blancas plumas y en sólo unos segundos estoy hecho un total gallina. En esta oscuridad, arrastrando los metros y metros del cable de la aspiradora que me conectan fuera de aquí como una línea de vida, parece que el interruptor de la luz se aleja, está a miles de años luz, más lejos que la casa del plomero, más lejos que una oficina con mi nombre en la puerta. “I started singing…………baaaaaai baaaaaiiiii miss american paaaaaiii…”

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No es la mano del zombie, es la mía.

Esta mañana estaba yo muy cuco fumándome un cigarrito con una alemana afuera del hostal. De pronto un auto dio vuelta prohibida en la esquina y otro auto que venía sobre la calle, al tratar de esquivarlo, chocó con una camioneta. La camioneta perdió el control y se fue a estrellar con el auto de un pobre infeliz que estaba estacionado justo ahí. Yo soy ese pobre infeliz.

Llegó la policía a ayudar (aquí sí ayudan), pero como el culpable se dio a la fuga, cada quién se fue con su golpe. Yo no me fui, no iba a ningún lado, sólo estaba estacionado ahí. Del golpe, Seagull I quedó arriba de la banqueta. Me subí para tratar de moverlo mientras Lara, la alemana, me echaba aguas. Lo fui a estacionar a otra parte y noté que el tablero estaba roto, por un momento pensé que fue del golpe, pero descubrí marcas de desarmador junto al hueco del estéreo…. Imagino que al final se arrepintieron, y es que, por dios, es un estéreo de casetera.

Había pagado 400 dólares por la reparación del Seagull I del día que lo metí al río, me lo entregaron el lunes. En verdad no puedo creer mi suerte. No sé si alguien me hace brujería, de ser así, prometo voy a encontrarte y hacerte tragar todas esas gallinas. Lo peor de todo es que, desde el momento en que estaba yo muy cuco fumándome un cigarrito con la alemana afuera del hostal, hasta que el último policía se fue y mi amigo el chileno me dijo “pus ya ni modo”, estuve yo con la bragueta abajo. QUE LO REPARIOOO!!!

Edificios viejos

[Septiembre]

La luz se fue por completo y comenzaron a sonar las alarmas de los autos, salté de la cama y salí corriendo a oscuras atrás de un alemán. Era alto y fuerte y por un momento pensé en subírmele de caballito – cooorreeeleee pinchiiiiiiiiweeeeerooooooo. Fuimos los primeros en llegar abajo, pero las puertas son eléctricas y estaban cerradas. Me volteó a ver, dijo “Shit!”. Yo dije “Shit!”. Atrás llegaron las francesas y todo se movía y todos decíamos “Shit!”. Le piqué a la puerta hasta que se abrió y salimos juntos, de tan oscuro las estrellas se veían estupendas.

Han pasado varias horas. No hay luz ni agua, sigue temblando. Se cayó el restaurante de la esquina, era mexicano. Las banderas, los sombreros, las enchiladas, todo regado entre los escombros. También perdimos el localito de “masajes”, se incendió luego de una explosión. Es una gran pérdida. Comenzaron a cerrar calles y un montón de lugares públicos por miedo a que edificios viejos y nuevos se vinieran abajo. Vino la policía, pegaron un anuncio en la puerta y en recepción nos hicieron firmar unas hojas en las que, si decidimos permanecer aquí, no se harían responsables por si algo nos caía encima. Luego llegó el ejército, estacionaron el helicóptero y las tanquetas aquí abajito y declararon toque de queda en todo el centro de la ciudad. Que son cómo tres cuadras. Pero el centro al fin.

No hay nada que hacer. El ambiente es pesado, la gente está nerviosa, deprimida o ebria. Yo no sufro nada de eso, mi único mal (y al parecer crónico) es ser pobre. Con la mayoría de los negocios cerrados las oportunidades de conseguir algo que hacer son muy pocas. A estas alturas Christchurch era mi plan F o G, ya ni sé. Tengo que irme a otro lado, pero ya me cansé de viajar, además no sé a dónde ir. Aún me queda algo de dinero, pero es eso, algo. Podría hacer hitchhiking (léase dedo or aventón), pero me había prometido no hacerlo más, básicamente porque me ha salido caro, perdí el teléfono, el impermeable y el estilo. La última vez me botaron en una carretera en medio de la nada y pasé dos horas esperando a que alguien se detuviera, estaba oscuro y llovía. Mencioné que perdí el impermeable, cierto?. Además parece que el invierno no terminará nunca. Pero, por otro lado, es sin duda la manera más barata de viajar, sólo necesitas un par de chocolates o “algo” que compartir, la capacidad de entonar con asombro un “Oh, really?” cuando te cuentan algo (si, aunque no entiendas) y encomendarte a todos los santos para que ese maorí al volante no sea un asesino de carretera.

Empaqué todo y me despedí. No sé a dónde voy, pero me pegué con Gael y unos que van a esquiar al sur, Methven. Ya en el camino voy buscando alguna intersección para bajarme, poner cara de hambre y mi mano en posición. Pero el clima es espantoso. No hay manera de que me saquen del auto. Creo mejor los acompañaré hasta las pistas de sky, sólo para ver, que me dé el aire, hacer tiempo. Sería estúpido gastar mi poco dinero en una tarde de snowboard.

Me torcí un poco las muñecas, pero es que soy mejor con la tabla yendo hacia la izquierda que hacia la derecha. Ok. No fue muy prudente ir con ellos a esquiar. PERO, era preferible a que se me cayera un edificio encima y me muriera. Estoy muy cansado, así que me regresé con ellos a Christchurch. Para éste momento el terremoto lleva algo así como 170 replicas. Y las cosas en el hostal van peor. Algunos van a dormir a sus autos, otros alistan sus cosas para marcharse, una francesa llora en el pasillo abrazada a su novio porque, como yo, son pobres y no tienen la menor idea de qué hacer. En el lobby hay una especie de fiesta, todos están ebrios, gritan, bailan y tratan de meterse unos con otros. Bueno, en realidad es como todos los días. Pero es un ambiente extraño, es, el fin del mundo.

Me volví a despedir. Esta vez mi plan era sólo tomar el autobús para salir de la ciudad y luego inventar algo. Pero todas las calles para llegar a la estación de autobuses están cerradas, así que dí vueltas en círculo cargando mi backpack y terminé de vuelta en el hostal. Creo que nunca podré salir de aquí. Me encontré con Gael, tiene planeado irse a una ciudad del norte, a una fiesta de salsa o algo así. Es un loco de la salsa. No sabe cómo, sólo está empacando su enorme maleta, pero no hay manera de andar ni media cuadra con ella. Estamos frustrados. Necesitamos un auto, o amigos con uno, o una van con tipas en bikini, sería lo ideal. Luego de cinco minutos de argumentos, fantasías y un par de temblores, nos decidimos a rentar uno. En ese momento parecía una idea fantástica. Subimos las maletas, Gael le puchó al play y nos fuimos. Los soberbios paisajes de NZ toman otra dimensión al ritmo de Grupo Aventura y sus grandes éxitos.

Nunca reparamos en que, al final, tendríamos que regresar el auto. Luego de una semana de horribles bailes y meternos en problemas (como siempre), estábamos de vuelta en Christchurch. Es como el triangulo de las Bermudas. Y por supuesto, completamente rotos. Regresamos al hostal, pero todos los trabajos están ocupados y tenemos que pagar. Metí las maletas y pedí una cama. Se la dejé a Gael, le debía algo de dinero así que me gasté lo último que tenía en eso. Yo no tengo cama. Dormí un par de días a escondidas en los sillones. Por supuesto dormí muy mal. La luz, el ruido y mi consciente-subconsciente diciéndome “no pongas la cara en los cojines”. Un sillón de hostal es el lugar más infecto del mundo. Si, por los cogines.

Una tarde, mientras me arrastraba gruñendo con mi sabana en la gran estancia, una de las huéspedes me preguntó qué pasaba. “Well, I don´t have a bed, because bla bla…“– dije y le conté poniendo ojos de pollo con frío. “Oh, well, mmmm, you can sleep with me. I mean, in my bed, if you want…”. “…….. …….. yes, I want…” – dije. Entonces, omarcito-creo-es-gay-y-no-mata-una-mosca comenzó a cobrar cuentas en un plan maestro y casi malvado. Era una versión mejorada del couchsurfing, pero en camas de hostal. Esa noche dormí en su cama y la siguiente en otra y luego en otra y así entonces las cosas. Lo que único que no podía surfear, era la alacena. Conté cada centavo disponible y reduje mi dieta a paquetes de noddles de 60 centavos y té. Mucho té. A veces me compartían cosas, aquí y allá, pero nunca pedía nada. Luego de unos días la situación se volvió muy, muuuy difícil.

Gael. A estas alturas puedo decir que Gael es mi amigo. Es como un Pepe Grillo, aunque no sé si en vez de ayudarme me mete en más problemas. Vive en el hostal desde hace meses, pero no es un backpacker. Siempre he tenido la fortuna (o quién sabe, tal vez el infortunio) de rodearme de gente ñoña. Y definitivamente no era mi condición geográfica, Gael es un brillante ejemplo. Él vino a estudiar a NZ patrocinado por el gobierno francés. Hizo una tesis super ñoña de ingeniería con negocios y biotecnología y los transformers. Se graduó hace un par de días y consiguió trabajo casi al instante. De plomero. «Que le vaya bien viejo» – le digo cada mañana. Es el sustento de esta casa.

“Ya sabes ca… lo que se te ofrezca, si necesitas ayuda o algo ps avisas, aquí estamos…”. Entonces, escribí una carta a los reyes magos. No quería preocupar a mi familia, ya me han ayudado mucho, digamos, toda la vida. Así que escogí a tres amigos, de los que frecuento y confío, la banda, mis compas, etc. Porque para eso están los amigos, para angustiarlos, chantajearlos, meterlos en pedos. Les expliqué lo desesperado de mi situación, lo mal que andaban las cosas y les pedí una navidad, aunque el “Me da para un taco” se ajustaba más. También les pedí que no le dijeran a nadie, ya bastante difícil es pedir prestado y saber que tu trasero estará hipotecado, además, de seguir tomando malas decisiones (que seguro haré), no quiero tener que poner cara de estúpido con tanta gente. Los reyes magos contestaron. Uno me dijo que vería qué podía hacer, pero que ya me dejara de pendejadas y mejor me regresara. Otro me dijo que lo esperara, unos diítas nomás. Del tercero no supe nada. Como sea me sentí aliviado de saber que estaban ahí y que muy pronto llegaría la ayuda. Esperé unos diítas. Y luego otros. Y luego otros más. Pero la ayuda no llegó.

Pasaba los días buscando trabajo y esperando a que algo, cualquier cosa, sucediera. Un día me senté en la entrada del hostal, sin más qué hacer que eso, sentarme en la entrada del hostal. Apareció uno de los ingleses con una cerveza en mano y se sentó junto a mí. No lo conozco mucho, de hecho no sé ni cómo se llama. Llegó hace un par de semanas y, como la mayoría de los ingleses, no hace más que beber. Platicamos un rato, me contó su historia, yo la mía. Luego desapareció. Minutos después regresó con otra cerveza y veinte dólares, me los puso en la mano. “Man, it´s really nice, but I can´t take it” – le dije mientras se los regresaba. “Keep it, I know how do you feel. You will be all right, this time will pass” – Me dijo mientras se sentaba y me daba de su cerveza. Le dí las gracias, más en silencio que en voz alta, bebí de la cerveza, guardé el billete y me aprendí que Darren se llama Darren.

Una mañana bajé a las computadoras esperando noticias de algún trabajo. De pronto se acercó una de las encargadas del hostal, es feita, pero más por dentro que por fuera. “Omar, tu sabes cuál es la cama de Gael?” – preguntó torciendo las cejas y revisando unas hojas. No supe qué decirle, estaba aún dormido, así que le dije la verdad. “Gael duerme en mi cama…”. Torció las cejas para el otro lado y con toda la malicia que podía preguntó de nuevo. “Y tu dónde duermes?????”. “Oh, mmm, aquí y allá, generalmente no duermo…” – contesté tratando de parecer relajado. Se dio la vuelta y subió corriendo a acusarnos con la gerente. Subí tras ella para tratar de salvar al barco. Les dije que todo era culpa mía, pero no sirvió de mucho. Estaban buscando un pretexto para echar a Gael, no lo querían, básicamente porque un día les dijo que eran unas gordas. Él estaba trabajando, así que le mandé un mensaje.

“Man, this is over… we have to leave this place now…” .
“Ok, conchugo” – me dijo – ”Pack your stuff and mine, don´t worry, we will be fine…”.

Subí y empaqué sus cosas y las mías y me concentré en el don´t worry y pensé en el we will be fine. También pensé en que pasará un tiempo antes de que vuelva a dormir en una cama. Antes de que se vayan las pobrezas. Antes de que se vayan los temblores. Y por más que les escriba ningún rey mago me va a sacar de aquí. Estoy poniendo las cosas junto a la puerta, sin dejar nada atrás. Luego me acomodé  junto a ellas. Pero estoy rompiendo todo orden. Soy como uno de esos edificios viejos, derrumbándose.

Earthquake Sep 04 10

Earthquake Sep 04. Pirateada al Caio Morales

Entonces vi las fotos. Se fueron en un paseo en bote o algo. Ella, él y las ballenas asesinas. Las ballenas saltaban, el sol se ocultaba, él la abrazaba. “Fuck Gaeel, mira, la está abrazaaaandoooo” – Me quejé. “Oh, Banuelo, si están viviendo juntos seguro le hace cosas más horribles…” – ”Gaaaaeeeellll baa-aa-aaass-taaaaaaaaa”.

En casa me dicen Marino. Por Omar. Omarino. Y entonces mi nombre está ahí. Monstruomarino. Me pasaba horas viendo un libro del mar. El libro tenía un montón de fotos e ilustraciones, yo como seis años. Me gustaba la de una ballena luchando con un calamar gigante. Nunca sabía a cuál escoger, pero me parecía completamente asombroso. En esa época llegó Keiko a Reino Aventura. Me acuerdo del comercial en el cinco. Está de no mames! – pensé. Bueno, seguramente fue más como, mira mamá la ballenota. Pero en esencia lo mismo. Se convirtió en mi animal favorito. El tatuaje que cargo conmigo (sí, ese “peculiar” tatuaje de preparatoria) originalmente era una orca. Muy por encima de los calamares y esos peces con focos del mar profundo, los verdaderos monstruos marinos son las ballenas asesinas. Es decir, qué más de monstruos que comerse a todas esas adorables versiones bebé. Foca bebé. Ballena bebé. Humano bebé (no está comprobado, pero seguro también lo harían). Además se divierten con (por no decir torturan) su comida. Justo como hacen los gatos. Y los gatos también son mis favoritos. En casa tenemos a Gato 1, Gato 2 y como veinte de sus amigos en la azotea de atrás. Gato 1 es blanca con negro, como las orcas. No le gusta la gente. Tampoco que la toquen. Ni su comida. En realidad no le gusta nada. Sólo le gusta esconderse bajo el tronco, sentarse viendo a la pared y despedazar servilletas. Gato 1 me cae bien.

“Deberías de ir, seguro te pueden dar trabajo” – me dijo una de las francesas. Es güerita y flaquita que se cae de hambre y trabaja en la fábrica de plástico. Casi todos los que se hospedan aquí trabajan allá. Bueno, si el alambrito lo logra, yo lo haré. Así que apliqué y luego de un par de días lo conseguí. Estoy contento, seguro es un trabajo horrible, pero podré juntar algo de dinero y esperar algunas semanas hasta que el clima mejore.

Y desde Canadá me lanzaron una bomba. Es de una nueva clase, una bomba de “logística”. Yo ni había desayunado. Andaba baboseando en pijama por el hostal y luego me metí a ver el Facebook. Entonces me dijo. Traté de relajarme, pero luego de un de unos minutos veía verde y había un chirrido en mi cabeza. Ya ni me acordé del desayuno. Fui de maricón con Gael, su historia es similar, así que me escuchó pero no dijo nada. Lo mejor que se le ocurrió fue llevarme a hacer ejercicio, entonces corrí y corrí y corrí. Y corrí. No entendía lo de la logística. Y es que por logística te llenas un vaso grande para no ir dos veces a la cocina, cambias el billete antes de subirte al camión, o te formas en las tortillas mientras el otro compra el aguacate. Pero no veía la logística de que se fuera a vivir con un señor.

Me dieron unas pinzas y me llevaron frente a una de las enormes máquinas. No había llovido en semanas, pero hoy 6:00 de la mañana, la lluvia me escoltó por toda la zona industrial hasta las puertas de PACIFIC PLASTIC LTD. Entumido y con el sótano inundado me acomodo esperando a que enciendan la máquina, no sé que clase de productos hagan aquí. Espero a que por lo menos sea algo divertido. Cuando era niño nuestro vecino tenía maquinas para trabajar con plástico. Me acuerdo que hacia muñecos de Star Wars. Citripios y Arturitos. Por supuesto piratisisimas,  llenos de orillas y rebabas que rasguñaban. Pero qué rayos, eran de Star Wars. También me acuerdo que un día la maquina le prensó la mano. Las piezas comienzan a salir, “calientitas”. Son unas partes que sirven para unir otras partes adentro de las estufas. Intransigentemente aburridas. Por lo menos no tienen rebabas. “Cortas aquí, cortas aquí, las pones acá”. Corté y corté y puse allá todo el día. Me volví parte de la maquinaria, un sonido, el otro, sacar las piezas. “Good job bro!” – me decía el supervisor, un maorí. Rebanó su sándwich y me dejó la mitad. Tengo una cara espantosa, seguro piensa que es de hambre. Trato de ocupar la mente, tararear canciones, organizar pendientes, recordar cumpleaños, la tabla periódica, capitales de países, marcas de coches y los diálogos de Silvano en “La Oveja Negra”. Pero nada funciona. Sólo pienso en cochinillas. Un día acampando se metieron un montón a mi tienda. Entre ellas había una enorme, cabello largo y ojos grandes. Se apareció en un momento terrible de mi vida. Porque lo único peor a despedirte de una persona es despedirte de dos. No recuerdo mucho de esos días, sólo que me amarré a ella con arnés, cuerda y corazón y me llevó a escalar tan lejos de mi realidad que hasta me cortaba bien el pelo. A veces. Fueron días felices. Luego la cuerda se rompió. Caí a miles de kilómetros, cerca de Australia en el hemisferio sur (sí, Nueva Zelanda NO está en Europa XD). Pero aún con la cuerda rota ella estaba al pendiente de mí y no puedo decir mas que gracias. Desde que llegué me gustaba pensar que de alguna manera estaba aquí, conmigo. Y ahora…viviendo con un garçon (así se dice cabrón en francés, qué no?). Pinches franceses. Perdón Gael, Camille, Fanny, Olivier, Etc. En realidad ni sé si es culpa de él. Pero ppfffffffftttttt queeeeeeee meeee importaaaaaaaaa.

Al cuarto día de lluvia, dedos cocidos y canciones cursis de quinceañera estaba amarillo. Fue cuando vi las fotos. Yo me quitaba el plástico quemado de las uñas y ellos hacian un paseo del amor con las orcas. Ni quiero saber. Bueno, sí, tengo una pregunta. ¿Por qué no se fueron a ver mejor a los chingados elefantes? ¿Por qué a las ballenas asesinas?¿Por qué la primera imagen que me chuto de ellos juntos «juntos» tenía que ser ésta?. Keiko, el libro del mar, las focas bebé muertas, el monstruo marino. Todo destruido. Sé que desde hace mucho me tenía que hacer a la idea. Siempre me he burlado de mis amigos, especialmente de las mujeres cuando arrastran las cobijas y no pueden olvidarse de un vago. Pero yo soy mucho peor, quiero mandar todo al carajo. El asunto es que ya lo hice, tan así que llegué acá. Afrontar, dejar ir, ya, la chupo el diablo. Podía ser razonable y aceptarlo haciendo gala de sobriedad y carácter. Pero mejor la eliminé del Facebook. Despues, me concentré en escoger otro animal favorito. Esto no me vuelve a pasar. Escogí el navanax. El navanax es un gusano. Un gusano de mar. 

Hoy fue el último día en la fábrica. En el hostal todos se embriagan, pero yo estoy metido en la habitación escuchando música para tirarme al barranco. Extrañamente no hay nadie más en la pieza, es la primera vez en muchos meses. Mi hermana me escribió triste porque Gato 1 murió. Era muy viejillo, se fue a meter bajo el tronco donde solía esconderse y ya no salió más. Aunque lo esperábamos ya tiempo atrás es muy triste porque era un buen gato gato 1. Todos estos han sido días nublados, negros, sólo me falta que tiemble
(jajajaj(:()). Qué difícil despedirse, aún más cuando no hay un tal vez después. Mi compa el Dave me escribió, le había contado mis penurias y me mandó un montón de textos cursis que se encontró en Internet. Los textos me importaron un zapato, pero chillé como Magdalena porque se tomó el tiempo de copiar y pegar y decirme anímate cabrón y porque me he sentido muy solo desde hace mucho tiempo y porque extraño a mi papá y al pendejo de Sergio y porque mi vida es un desastre y  porque no pasé al super a comprar cerveza y por eso estoy aquí metido chillando como Magdalena escuchando música para tirarme al barranco. Estos son los días en que me despedí de la orca, gato 1 y cochinilla. Cuando me preguntan que por qué hago todo esto cuento diferentes historias. No es que las invente, todas son verdad. También me dijeron “ve un día al psicólogo”. Pero preferí escribir un blog y venir a Nueva Zelanda.

Gato 1

Gato 1